Un país en vías de demolición

Lugo, 16 de marzo de 2019

Enrique G. Souto

Suele atribuirse a Otto von Bismarck la afirmación de que «España es el país más fuerte del mundo, porque los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido». Y en eso estamos y a eso nos dedicamos. O al menos así parece visto, desde la vieja ciudad amurallada del noroeste peninsular, el panorama político español. En el maremágnum de partidos,  algunos de los cuales se reproducen por alguna suerte de partenogénesis, el barullo aumenta a medida que se acercan las citas con las urnas de abril y mayo. La escandalera, subida de tono, va tensando las relaciones entre los partidos, entre sus líderes y, lo que es más grave, entre sus aficiones y el común de la ciudadanía. Con motivo de la presentación de Una historia de España, Arturo Pérez Reverte avisa: «(…) Este es un país en demolición. Y quizás merezca serlo, cuidado. Pero hay que saber por qué nos lo estamos cargando. Ningún país de Europa tiene un impulso suicida parecido al nuestro».

   Que este es un país en demolición es un hecho que solo no ven quienes no quieren verlo. La desfeita es atribuible, quizá, al modo de ser y estar en el mundo de los españoles. Pero no es menos atribuible al esforzado trabajo de una colección de líderes jóvenes, ferozmente antiilustrados, por más títulos, comprados o no, que tengan. A ellos, a su agresividad y desconocimiento o uso torticero de la historia, se debe en gran medida el ambiente de demolición que se respira en este país, que es España, al que muchos de estos líderes de pacotilla no se atreven a llamar por su nombre. Claro, si se analiza el problema pasándolo por el filtro lucense, su interpretación no exige grandes capacidades cerebrales. Como no es de buena educación señalar, baste el consejo de una mirada a quienes conforman las corporaciones provincial y municipal de Lugo.

  De cómo anda las cosas, son fiel reflejo las redes sociales. Opinante hay, de los que vienen de viejo y se manifiestan parapetados en la trinchera de un nombre que no es el suyo, que cuando la cosa no pinta a su gusto recomienda aplicar al disidente esta receta: «Hagámosles que dejen de decir burradas y que dejen que Lugo evolucione y no se estanque en el siglo XIX. Sobran intereses y egoísmos». El disidente, según el demócrata opinante, es, ya que dice burradas, un burro; o sea, rucio al que la cultura popular, Platero al margen, declara apto para la carga y poco más, por atribuirle una inteligencia muy escasamente desarrollada. Él, el opinante, está, claro, por propia atribución, libre de incurrir en la burrada y, por añadidura, es ajeno a la condición de burro. Así las cosas, el país, España, camina a paso rápido hacia el borde del precipicio, para pasmo de los ciudadanos que, como Pérez Reverte, temen que cuando parecía que estábamos a punto de tocar el cielo, corramos de nuevo el riesgo de perder el tren de la Historia. O dicho de manera diferente, que, a base de llamar burro al otro, acaben emburrados los unos y los otros y se haga cierto de nuevo, como tantas otras veces, que, como resumió Gil de Biedma, «de todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal». No es buen síntoma social esto de dar en llamar burro al otro, que es uso que se extiende y no para en las redes sociales. Por eso es de lamentar la baja en la política local, de cara a las próximas elecciones, de quien, como el popular Enrique Rozas, ha sabido mantener su discurso alejado de la zafiedad, el insulto y la descalificación del rival.

   Ahora que están cerca ya las nuevas citas con las urnas, conviene recordar la afirmación atribuida a Adolfo Suárez, el hombre que lideró el milagro de que España pasase, sorprendentemente, de la ley a la ley, del franquismo a la democracia: « Se puede prescindir de una persona en concreto, pero no podemos prescindir del esfuerzo que todos juntos hemos de hacer para construir una España de todos y para todos». O juntos, o de nuevo perderemos el tren de la Historia. Y ya veremos si también esta vez somos, pese a todo, incapaces de destruir el gran país que es España. ¿o no?