Sánchez, o cómo disociar socialismo y español

Lugo, 20 de abril de 2019

Enrique G. Souto

    El socialista Indalecio Prieto (Oviedo, 1883 – México, 1962)  decía: «A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque internacionalista, me siento cada vez más español, siento a España dentro de mi corazón y la llevo hasta el tuétano de mis huesos». Eso decía uno de los padres del socialismo español, al que habría encendido la calva la actitud del presidente Pedro Sánchez con respecto a los independentistas. Hay, también hoy, socialistas de largo recorrido que explican en la actitud de Sánchez una parte del crecimiento de la ultraderecha que es VOX; hay viejos y experimentados militantes que, en privado, reconocen que no se sienten identificados con el partido que lidera Pedro Sánchez. Y, mira por dónde, hay no pocos llegados al PSOE como quien dice ayer mismo que, escuetos de ideología, faltos de lecturas de los clásicos del socialismo y ahítos de argumentario parido por los responsables del marketing sanchista, tragan sin pestañear cuanto ordena, sugiere o apunta el Jefe. Prieto se sentía cada vez más español; a muchos de estos socialistas de Sánchez parece que les produce urticaria la palabra España, aunque entre ellos haya alguno que, en privado, lo lamenta; lo lamenta, pero sigue el juego por el bien de su carrera política. Y así, por activa o por pasiva, van dejando que sentirse español, y no solo serlo por DNI, se asocie a la derecha, a afinidad con esos que, con malignidad demagógica propia de partidos bananeros, y sin distinguir matices ni tonos, tachan de fachas.

     En política no hay partidos inocentes cuando el campo de juego se embarra aún a riesgo de incrementar peligrosamente la tensión social. Pero los hay más responsables y menos responsables del desaguisado. Los tumultos con los que se intentó acallar la voz de Ciudadanos en el País Vasco y del PP en Cataluña son dos alarmas sonando en el patio político y social español. El silencio de otras fuerzas autodefinidas como progresistas ante el ataque a la vida democrática es tan clamoroso como los berridos de los alborotadores. En Galicia hay partidos que concurren a las elecciones europeas cogidos de la mano de otros de esos que callan ante jaleos que son como mordazas a la libertad de expresión y opinión, que con tanta frecuencia reivindican en un país en el que está constitucionalmente garantizada. Y el socialismo oficial guarda silencio porque quiere asegurar la posibilidad de pactos postelectorales que le den el Gobierno de España y alcaldías. Y, así, la libertad de expresión y opinión se ve cercenada por cuantos la reivindican como arma contra contra un modelo de Estado que quieren romper; así, les hace, por inacción, el juego un partido, el PSOE, que hace mucho tiempo que echó al desván a Indalecio Prieto y a otros muchos que, como él, desde el internacionalismo y un sentido del socialismo profundamente enraizado, se sienten cada vez más españoles.

    Las encuestas aseguran que Pedro Sánchez es el preferido de los ciudadanos españoles para ocupar la presidencia del Gobierno. Quizá es así; tal vez los errores de PP y Ciudadanos abonan el campo electoral al PSOE, cuya campaña de marketing es de calidad muy superior, en el ámbito nacional, a la de los partidos de Casado y Rivera. Pero lo que quizá no reflejan las encuestas es que la sociedad española es una sociedad democráticamente muy madura. Tanto que, como Prieto, hay en los caladeros habituales del PSOE mucho español que se siente «socialista a fuer de liberal» y lleva a España hasta el tuétano de sus huesos. Y no dicen a quién va a votar, porque no van a votar a Sánchez. ¿O no?