El papel del ciudadano no acaba al votar

Lugo, 27 de abril de 2019

Enrique G. Souto

«La democracia  -aseguró el irlandés George Bernard Shaw- es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos». Es posible, pero es seguro que es el menos imperfecto de los sistemas políticos y en España sabemos bien que es el más deseable de los modelos. Por eso, pese a todo, para una gran parte de la población cada cita con las urnas es motivo de alegría. Hoy es jornada de reflexión, ese día que no es ni chicha ni limoná en los procesos electorales. Sí, hoy se supone que, mientras los candidatos cogen fuerzas para afrontar la jornada de mañana, los otros españoles analizan los pros y los contras de las distintas ofertas políticas, revisan los contenidos de los distintos programas. Pero, miren, yo creo que a estas alturas poco queda que reflexionar. Quien más, quien menos, ya tiene decidido, primero, si acudirá o no a votar, y, segundo, en caso de hacerlo, por quién; cada Quisque, a día de hoy sabe, en la inmensa mayoría de los casos, qué papeleta elegirá. Por eso, la jornada de reflexión no tiene mucho sentido desde el punto de vista propiamente electoral; pero sí lo tiene desde el punto de vista del bienestar psicológico de los españoles. Y tiene ese punto, ese algo de fiesta, que es cada convocatoria electoral. Es un descanso necesario porque a lo largo de la campaña se han visto en exceso comportamientos, trolas y desaires que no deberían darse en las campañas electorales en democracias avanzadas y estables.

   La campaña electoral ha sido pobre en argumentos, escasa en planteamientos ideológicos rigurosos y deficitaria en materia de compromisos solventes y creíbles. Por el contrario, ha estado sobrada de descalificaciones de los rivales y de sus propuestas; ha sido excesiva en la sobreactuación de los principales líderes, que han pecado de protagonismo excesivo. Hasta tal punto ha sido así que en provincias como esta, como en Lugo, hubo partidos que ningunearon a sus candidatos. Y eso es grave, porque supone la confirmación palmaria de que el papel de los diputados y senadores por cada provincia se limita al de pulsar el botón que indique el partido. Ni siquiera en los ya lejanos tiempos del estreno democrático en 1979 se dio una situación tan acusada en este terreno como en esta ocasión. Vistas así las cosas, cabe preguntarse ¿de qué descentralización hablamos cuando hablamos de descentralización? Es cosa que hay que mirar. Así está claro que lo mismo da que quienes figuran en las listas por cada provincia vivan en ellas o sea paracaidistas; quizá es lo que buscan los grandes líderes de los partidos; tal vez, pretenden evitar así que nadie les haga sombra en los territorios provinciales y autonómicos. En fin, sea como sea, es cosa de lamentar que en las banderolas de los grandes partidos en las villas y ciudades gallegas la imagen repetida de farola en farola sea la de sus grandes líderes; a más de uno le gustaría ver la cara de los diputados y senadores a los que deberá de pedir explicaciones si sus partidos no cumplen los compromisos adquiridos con la provincia.    El estadounidense Ambrose Bierzo dijo, con evidente cinismo, que «el elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros». Y es así. Pero al menos debería de quedar claro que esos candidatos elegidos por otros tendrán responsabilidades si no cumplen las expectativas, si, andando la legislatura, dicen Diego donde dijeron digo. En todo caso, conviene recordar que, como avisó Obama, «el papel del ciudadano no acaba con el voto». Solo recordando este aviso, se pueden conseguir mejores gobiernos y chafar la afirmación de G. B. Shaw.