El desestabilizador desprestigio de la política

Lugo, 6 de julio de 2019

Enrique G. Souto

«El desprestigio de la política es desestabilizador». El cardenal Vicente Enrique y Tarancón (1907-1994) sabía bien lo que decía y por qué lo decía superados ya los primeros años de la democracia. Tarancón conocía bien las consecuencias de la pérdida de prestigio en el ejercicio de la que es la única alternativa pacífica a la guerra. Pues bien, Tarancón, un «párroco florentino», según consideración de Vázquez Montalbán, habría paseado inquieto a la vista de cómo los actuales políticos españoles desprestigian la política y desestabilizan el entramado institucional y social.

   Desde Pedro Sánchez al alcalde del más pequeño municipio español, una inmensa colección de políticos de la derecha, de la izquierda y del medio pensionismo ideológico se afanan en desprestigiar la política. De mil formas, alguna de ellas muy hiriente para los millones de españoles que no encuentran empleo o están condenados a trabajar por una miseria. Estos días, con la constitución de las corporaciones locales, las noticias de salarios disparatados para alcaldes y alcaldillos, concejales y concejalillos, asistentes y asesores varios han llenado de justa ira a gran número de españoles. El desprestigio de la política promueve la antipolítica, impulsa las acciones de los chalecos amarillos, genera nihilistas sociales y aviva, por tanto, los populismos de izquierda y de derecha.

    El desprestigio de la política por la vía de los salarios desproporcionados de algunos políticos y de su entorno es mayor allí donde, como bien saben los lucenses, los que cobran del erario municipal son incapaces de hacer que las ciudades funcionen mejor. Desconocen estos políticos que, como señaló Manuel Fraga, «las cosas se han de hacer bien», pero, además, «de prisa, porque la vida es breve». Don Manuel, un intelectual con propensión a no parecerlo, solía decir también que si la gente trabajase más, el índice de envidia bajaría considerablemente. Pues eso, que si, dejando a salvo las honrosas excepciones que hay bajo todas las banderas, los políticos trabajasen más, lo hiciesen bien y, además, deprisa, seguramente todos sus salarios estarían plenamente justificados. Pero no es así. Véase el caso de los líderes de los grandes partidos nacionales. Su trabajo no debe de ser excesivo cuando no logran ponerse de acuerdo para sacar a España del atolladero en que la tienen metida por su falta de capacidad para entenderse; España vive entre paréntesis, sin saber si habrá nuevas elecciones, ni, en otro caso, qué tipo de Gobierno puede esperar y, por tanto, a qué medidas económico-fiscales tendrá que enfrentarse a muy corto plazo. Y eso es malo, muy malo, para el país. No se ganan el sueldo los políticos que crean dificultades a su país, aquellos que, por no conocer a esa gran figura de la Iglesia que fue el cardenal Tarancón, desconocen también la importancia de la mano izquierda, esa «que te saca de muchos apuros». Como carecen de mano izquierda, incurren en acciones que desprestigian la política y, por añadidura, resultan socialmente desestabilizadoras. Y en esas estamos. ¿O no?