Déficit de cultura e inteligencia en la política española

Lugo, 17 de agosto de 2019

Enrique G. Souto

Leopoldo Calvo Sotelo fue uno de los más inteligentes, y probablemente el más culto, de los presidentes que tuvo España en el presente período democrático. Su breve estancia en la presidencia apenas permitió a los españoles comprobar qué diferente era de su predecesor, Suárez, y de quienes le siguieron después. En una ocasión admitió: «Me acuso de candor, de haber preferido siempre la inteligencia a la lealtad, de haberme dejado seducir por el brillo de los inteligentes, de no cuidar la fidelísima fidelidad de los fieles». Y es justamente el cuidado o no de la «fidelísima fidelidad de los fieles» lo que marca la diferencia abismal entre hombres como Leopoldo Calvo Sotelo y el socialista Pedro Sánchez. Para Sánchez, como ha dejado bien claro reiteradamente, la fidelidad es el valor esencial a la hora de decidir quién sube y quién baja en el escalafón político con matrícula socialista. También ha dejado claro que, a diferencia de Calvo Sotelo, ni prefiere la inteligencia a la lealtad ni se deja seducir por el brillo de los inteligentes. Es un modo de liderazgo que se corresponde bien con un tiempo en el que, según la profesora y ensayista María Elvira Roca Barea, se puede decir que «analfabetos ha habido siempre pero nunca habían salido de la Universidad». De lo local a lo internacional, es evidente, para quien sabe mirar, que el verdadero problema de la política es la baja, bajísima, calidad intelectual de los líderes, cuyo máximo exponente es el norteamericano Trump.

    Un vistazo al entorno nacional permite comprobar cómo en unas pocas décadas se ha disparado el número de políticos, en todos los niveles, que están en posesión de títulos universitarios. Y también cómo se hace bueno en ellos la contundente manifestación a El Mundo de la profesora Roca Barea: nunca antes los analfabetos habían salido de la Universidad. Es, al cronista no le cabe duda alguna, una afirmación válida para una gran parte de los titulados universitarios; como toda generalización es inexacta e injusta, porque de la Universidad salen numerosos titulados brillantes que, pese a la falta de apoyo institucional, son y serán referencias para la comunidad intelectual mundial. Pero, sí, muchos de los titulados universitarios que se dedican profesionalmente a la política entran en el lote al que se refiere la doctora Roca. Es fácil comprobarlo en el terreno más inmediato, en lo local. Y de ahí en adelante, de norte a sur y de este a oeste, hasta llegar a Pedro Sánchez, el presidente/aspirante de mandíbulas apretadas y vacaciones en Las Marismillas mientras España vive entre paréntesis.

Solo de un Gobierno presidido por alguien como Sánchez se puede esperar que deje pasar una ocasión como el quinto centenario de la primera vuelta al mundo de Magallanes para reivindicar el papel de España en la escena internacional y mostrar al mundo uno de los momentos estelares de la historia nacional. ¡Qué oportunidad desperdiciada! Y solo es una más. Pero, claro, cómo podría hacerlo el hombre que busca el acuerdo de investidura con fuerzas antisistema y con las que se declaran abiertamente enemigas de España, aquellas que retiran la bandera nacional de las instituciones oficiales. En el código de conducta política que se basa en la exigencia de la «fidelísima fidelidad de los fieles» el objetivo único es la conquista o el mantenimiento del poder. Y eso, mientras, con desparpajo de izquierdista, se arrogan en exclusiva valores morales, sociales, artísticos y culturales, que niegan a quien no se define como tal. Pero, con Pedro Sánchez en la presidencia del Gobierno, ya pocos dudan de que, desde la derecha, bien pueden recordar ahora lo que en su día Giscard dijo a Miterrand: «Monsieur Mitterrand, mais vous n’avez pas le monopole du coeur». Y mucho menos de la inteligencia y de la cultura.