Sánchez e Iglesias o cómo falsear las palabras para inventarse cada día

Lugo, 14 de septiembre de 2019

Enrique G. Souto

En política, en general, y muy especialmente en la española, se confirma el acierto de Gómez de la Serna al asegurar que «la palabra no es una etimología sino un puro milagro». La política española, entendida como la actividad que desarrollan quienes viven de ella, llega a la sociedad por medio de discursos (relatos, se dice ahora) enhebrados de modo que, por obra y gracia de sus autores, producen en las palabras el milagro de la carencia real de significado o de su alteración hasta el extremo de que signifiquen lo contrario de lo pactado. La RAE dice de la voz «etimología»: «Origen de las palabras, razón de su existencia, de su significación y de su forma». Pruebe, lector, a bucear en el significado del verbo «negociar» y trate de encontrar alguna relación con lo que, con todo lujo de bombo y fanfarria, han venido representando durante semanas el socialista Pedro Sánchez y el podemita Pablo Iglesias; es seguro que en muy pocas ocasiones podrá encontrar relación alguna entre lo uno y lo otro. La perversión del lenguaje es uno de los mejores indicadores de la voluntad de engaño con la que actúa el emisor con respecto al receptor. Si las palabras no dicen lo que se supone que dicen, finalmente solo queda el ruido. Y a eso, a ruido y gesto, es a lo que han quedado reducidas las supuestas negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos y, por eso mismo, son muy altas las posibilidades de que los españoles se vean ante unas nuevas elecciones generales.

   El cronista discrepa abiertamente de quienes temen una nueva cita con las urnas. El cronista lo que de verdad teme más que a un nublado es la posibilidad de que, algún día, lo que realmente quiera un número significativo de españoles es la carencia de elecciones: el fin de la democracia, en síntesis. Porque los Pedro Sánchez y los Pablo Iglesias de todos los partidos parecen empeñados en desacreditar, por la vía de los hechos, la democracia hasta el punto de producir un peligrosísimo hartazgo en la sociedad. No es, claro, un problema únicamente español, pero sí es un hecho que, en España, se ve agravado por la mediocridad del liderazgo político. Mediocridad que se traduce en el uso perverso del idioma, para alterar los conceptos que representan las palabras, de modo especial el de negociación política. Sánchez no ha dejado de buscar cómo dinamitar a Unidas Podemos; Pablo Iglesias, político de aula y sindicato estudiantil, ha tropezado en cuantas piedras ha encontrado en el camino. Sánchez e Iglesias han desvirtuado el concepto de negociación desde el primer día; no es algo nuevo en la historia de la izquierda española, en realidad de la izquierda mundial, tan dada siempre a destrozarse entre sí por un quítame allá esas pajas de minucias ideológicas y repartos de poder.

   El futuro personal de Sánchez y de Iglesias, cómo acaben sus respectivas carreras políticas, es irrelevante para el interés de la nación. Pero el daño que han causado ya a la credibilidad de los políticos y de la política es muy grave. Y no dejará de ser así haya o no nuevas elecciones generales. Han convertido la política en algo parecido a una gran fumata, en lo que Umbral definió como «ceremonia del porro colectivo». Lo han hecho sin pedir permiso a los españoles. Cada uno de ellos procedió convencido de que, como alguna vez escribió Jorge Guillén, «la realidad me inventa: soy una leyenda».