Machado, las apariencias y la «mentecatez de Judas Iscariote» en España
Enrique G. Souto
Lugo, 22 de diciembre de 2019
A la vista de cómo parece (a menudo no coinciden plenamente apariencia y realidad) que discurren las cosas en la alta política española, el cronista no logra sacarse de la cabeza la conocida afirmación, atribuida por algunos a Antonio Machado, acerca de que en el análisis psicológico de las grandes traiciones se encuentra «siempre la mentecatez de Judas Iscariote». Y algo de eso, de mentecatez, es lo que puede apreciarse, al menos según las apariencias, en el comportamiento de determinados personajes de la política española. Mentecatos, es decir, individuos en los que en cada uno de ellos se rastrea la condición de fatuo o, por precisar más, en definición de la RAE, gente «de escaso juicio o entendimiento». Donde las apariencias engañen, el cronista pide disculpas; donde no, allá cada cual con lo suyo.
Ya ve, lector, cuánto puede ilustrar sobre el actual estado de cosas en España un breve repaso al diccionario de la RAE. Cada uno debe conformar su propia opinión a la vista de lo que acontece, o parece que acontece, cada día. El cronista tiene claro que, al menos desde el punto de vista moral, en las altas esferas de la política española las cosas andan, desde hace más tiempo de lo que sería prudente, por parte de algunos de sus protagonistas, en el terreno propio de la «mentecatez de Judas Iscariote», por decirlo con palabras del autor de Campos de Castilla. Y así estamos, metidos de hoz y coz, en un (aparente, al menos) proceso de voladura del Estado español en el que algunos de los que están obligados, por razón de su cargo, a protegerlo, con lealtad, negocian abiertamente con aquellos que explícitamente quieren romper uno de los pilares de la Constitución: la unidad de España. Resulta desasosegante para el cronista que ni en los medios escritos ni en los audiovisuales se difundan análisis sobre qué significa este modo de actuar a lo Iscariote, al menos en su perfil moral, en relación con el proceder de quienes mueven los hilos del país. Del otro perfil, del legal, tienen que hablar los jueces y ya está visto que en España las togas, salvo nobilísimas excepciones, propenden, en apariencia al menos, a refugiarse en el guardarropa en asuntos que se alejan, muy hacia arriba, de los que tienen que ver con trileros y robagallinas.
Que el mentecato es alguien fatuo va en la propia definición. Conviene, por tanto, que quede claro qué significa fatuo. De nuevo lo aclara la RAE: «Lleno de presunción o vanidad infundada y ridícula». Ahora el círculo se estrecha; ahora, ya va quedando menos espacio para la imaginación. Presunción y vanidad se hallan, por tanto, en la esencia del mentecato, de todos los que practican la mentecatez a lo Judas Iscariote, si hemos de hacer caso de lo escrito por el poeta. Y así, estos que, al menos en apariencia, pueden encajar con precisión en la afirmación de Machado, han hundido a España, en una situación que uno de los mejores analistas políticos gallegos acaba de definir como «formidable». Ahora que cada uno juzgue por sí mismo y decida si, por lo que pueda venir, deja el diccionario de la RAE abierto en la página de la voz «traición» para terminar de interpretar correctamente la afirmación atribuida a Machado. Claro que todo puede ser un espejismo y que las apariencias solo sean eso, apariencias. O puede que no y todo encaje según lo afirmado por el poeta sevillano y se resuma así: mentecatez.