Lugo, ciudad sin trenes

Lugo, 19 de enero de 2020

Enrique G. Souto

En Lugo, ay, apenas se ven trenes. En Lugo el tren pasa tan poco, es tan infrecuente su paso, que convierte en mentira la greguería, alegre como la música de los raíles, de Gómez de la Serna. Con respecto al Lugo que no pudo conocer, el gran Ramón se equivocó. Escribió: «Entre los carriles de las vías del tren, crecen flores suicidas». Y en Lugo, no; entre los carriles, las flores crecen plácidas y felices cuando quieren crecer, porque el tren (casi) inexistente no las molesta. Lugo se  va despoblando de gentes y trenes y todo se vuelve política alrededor de la gente que no está y del tren que no viene; es política de cercanías, de vía estrecha y resultados, más que inciertos, contraproducentes. Al menos lo fue hasta ahora. A la vista están los resultados.

El gran Ramón, en su tertulia de Pombo, tenía por camarero a uno de Lugo, que un día se subió a uno de aquellos trenes, tan lentos como seguros, y, dejando atrás la sierra madrileña, se asentó en otra sierra, en Lugo. Vino a poblar una tierra que ahora se va despoblando en amplías zonas. Y se despuebla, entre otras cosas, porque el tren ya casi no llega a Lugo; apenas llega y, cuando llega, es por pura casualidad. Cuando no se queda en el camino por falta de maquinista que haga silbar alegre la máquina, es porque la máquina, vieja, triste y cansada, se niega a seguir y se para. Y allí se quedan los viajeros, a la espera de un autobús que los lleve, con retraso e incomodidad, a su destino. Otras veces, sencillamente, el tren no llega porque no hay máquina disponible para tirar de los vagones. Y así, en la era de la alta velocidad, el tren en Lugo es una aventura lenta y larga, que aún se puede vivir a velocidades sorprendentemente bajas. Ya no es posible subirse al estribo del tren en la estación y apearse en la cuesta de Albeiros; ya no, pero casi. Tampoco sueltan los restos del carbón las viejas máquinas, pero van dejando el tufo renqueante del combustible fósil, porque en Lugo, ay, la electrificación ferroviaria es aún un proyecto sin ejecutar.

Uno detrás de otro han ido pasando los ministros de la alternancia democrática, del moderno turnismo, y Lugo no ha dejado de perder el tren. Ahora, en el colmo de la ironía, se anuncia la construcción de una estación intermodal, y hay quien, con buen criterio, se pregunta para qué una nueva estación allí donde (casi) no hay trenes. La sociedad lucense dejó perder mansamente expresos y rápidos, ferrobuses y correos y se fue creyendo la milonga de un AVE, que, en lo que a Lugo respecta, nunca tuvo más alas que la imaginación de quienes, desde el cargo político, lo prometieron. Ahora hay, otra vez, un inusitado interés político en el ferrocarril; político y también asociativo, y, no sé por qué, tiene el cronista la convicción psicológica de que esta vez no será muy distinta a las anteriores. Un presidente del Gobierno que cambia de parecer a cada rato no es un maquinista fiable, no es alguien a quien sea fácil creer cuando, por boca propia o de los suyos, adquiere compromisos con una ciudad como Lugo. Los socialistas prometieron un enorme desguace de aviones en la provincia y solo hicieron desguazarla un poco más. Ahora andan metidos en historias escasamente concretas que hablan de renovación de infraestructuras ferroviarias, pero, a la hora de la verdad, el tren se para por vejez, ausencia de maquinista o desprendimiento de la catenaria. Y así, en Lugo, el mejor tren conocido es el tren Chuchú, ese que, en ocasión festiva, recorre algunas calles de la ciudad o asusta a tiernos infantes en el túnel de la bruja.

Para los ciudadanos de Lugo, para los españoles que viven en esta parte de España y tributan por lo mismo que los del resto del país, el tren es una ensoñación, un deseo, una espera cargada de desesperanza. El tren que llega a Lugo aún es como aquel tren de Machado, aunque ahora ya no tenga asientos de madera: «Y la máquina resuella,/
y tose con tos ferina». Sí, son tan viejas las máquinas que, como esa de la que escribió Marchado, resuellan y tosen. Cuando funcionan y tienen maquinista, que en los servicios que Renfe presta a Lugo es frecuente que no funcionen o no haya maquinista. Por eso, contrariamente a lo que escribió el gran Ramón, en Lugo las flores que crecen entre los carriles pueden crecer sin peligro.