Sánchez no quiere aprender de Suárez

Enrique G. Souto

Lugo, 7 de junio de 2020

«Hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él». Adolfo Suárez, el hombre que procedente del Movimiento puso a España en la senda democrática, lo tenía muy claro. Como debería de tenerlo claro todo el que ocupa un cargo público. Es probable que el socialista Pedro Sánchez desconozca, por desinterés, la recomendación de Suárez, pero es muy improbable que no sepa de ella su asesor Iván Redondo; por tanto, no puede alegar desinformación. El caso es que Sánchez jamás se identificaría con alguien como Suárez ni sentirá jamás la necesidad de actuar según el consejo dado por el de Cebreros. A Sánchez, el del Manual de resistencia, le interesa el poder por el poder y nunca se planteará la cuestión del mejor servicio a la colectividad. Por eso, el socialista Sánchez, sentado en la presidencia del Gobierno, tiene tanto peligro para España como demuestran sus trapisóndicos pactos con los partidos que, sin veladuras ni medias tintas, quieren romperla.

Cada semana hay más y más indicadores sobre las desafortunadas consecuencias que para España y los españoles tiene y va a tener el Gobierno de Sánchez, apoyado en el neocomunista Pablo Iglesias y en ese partido instrumental a su medida que es Podemos. Ni siquiera capaces de contar con rigor los fallecidos por Covid-19, carentes de una política industrial que evite desastres como el de Nissan en Barcelona o el que se anuncia en Alcoa-San Cibrao y dispuestos a no dejar títere con cabeza allí donde no se les diga amén, la alarma se generaliza en el país, incluso en el sector sensato del PSOE. Ministra hubo que tuvo que poner pie en pared ante los disparates de alguno de sus compañeros de Gobierno. Y tendrá que hacerlo muchas veces más si mantiene la cartera ministerial y no renuncia a su compromiso leal con las obligaciones que le son propias. Nada hay que haya tocado Pedro Sánchez que no esté roto: mentiras sin cuento, intento de control de redes y medios de comunicación, cerrojazo a Transparencia, cuestionamiento de la independencia de los jueces, búsqueda de incremento de la tensión política y social, economía en caída libre, ocultamiento de la labor del Jefe del Estado y así un largo etcétera. Cada semana hay más muestras de a dónde nos llevan Sánchez e Iglesias.

En la actual coyuntura, un político que de verdad entendiese la política como un servicio a la colectividad habría repasado muchas veces la recomendación de Suárez. Y seguramente habría tomado la misma decisión que tomó el hombre que supo pilotar la Transición. Pero no es el caso. Sánchez ama el poder por el poder y se aferrará a él tanto como le sea posible. No importa el resultado ni los apoyos a los que tenga que recurrir. Por eso no pone de patitas en la calle al ministro Marlaska, bochornoso ejemplo de cómo se puede perder en política el prestigio ganado con tesón en el ejercicio profesional. Abrir la puerta de salida a su ministro, cuando lo reclama a gritos la sociedad española, podría crear un precedente que, seguramente, juzga peligroso el firmante de Manual de resistencia. Y ahí sigue Sánchez, el hombre de mandíbula apretada, asido al cargo mientras alrededor se desmorona una gran parte del edificio tan trabajosamente construido por los españoles década a década. Así se demuestra, una vez más, que Suárez también tenía razón cuando afirmaba que quienes alcanzan el poder con demagogia acaban haciendo pagar al país un precio muy caro.