Aún hay tiempo de reacción

Enrique G. Souto

Lugo, 14 de junio de 2020

En su artículo Menos monos, señores del PSOE, publicado en El Independiente, mi admirada Victoria Prego escribe: “(…) ha resultado tan evidente que la intención de los dirigentes del partido morado es darle una patada a las instituciones constitucionales, empezando por el Rey -pero no el anterior, que es una mera coartada, aunque fundamentada, sino el actual y lo que el Jefe del Estado representa- ha resultado tan evidente, digo, que se han disparado ya todas las alarmas sobre las auténticas intenciones ocultas de este Gobierno de coalición”. Y así es, sin duda. En anteriores artículos dejé claro mi convencimiento, plenamente coincidente con el expresado por Prego, de cuál es la intención de los podemitas. Y sí, es como para que se disparen todas las alarmas. Pero aún hay otro motivo por el que, en opinión de este cronista, suenan, para quien quiera oírlas, las sirenas de la emergencia. Es este: el silencio, la apatía de la sociedad española ante los tejemanejes podemitas, de alcance y eficacia aún inciertos, pero potencialmente destructivos de nuestro modelo político-institucional. Tan es así que las alarmas deberían haber situado ya en esa posición que en términos militares se denominada “prevengan” a cuantos creemos que el modelo que nos dimos en 1978 es perfectamente válido para hoy y para el futuro, por más que precise algunas actualizaciones para las que, es evidente, no se dan las condiciones necesarias.

El sanchismo sufre una variante de síndrome de Estocolmo frente al populismo disparatado que es el neocomunismo representado por Pablo Iglesias Turrión. Hay en el sanchismo trazas del virus ideológico sembrado por Largo Caballero, que encuentra en el desparpajo de Iglesias Turrión el entorno adecuado para reproducirse. Y ese virus se extiende con rapidez en las filas del PSOE sanchista. Es fácil de comprobar con solo seguir la evolución de algunos socialistas, no precisamente jovencitos, de larga trayectoria de moderación que, desde que Sánchez asumió la presidencia del Gobierno, están inmersos en una deriva populista y radical. En Galicia, la proximidad de las elecciones autonómicas saca a la luz muchos casos de esta transformación que se da en las filas socialistas. De ahí que la alarma, en opinión del cronista, no solo deba encenderse en cuanto a cómo los podemitas, con la aquiescencia socialista, están intentando minar las instituciones constitucionales; si la alarma no cala pronto en una masa crítica suficiente de la sociedad española, pronto se verá inmersa en coyunturas que hace dos años ni siquiera era capaz de imaginar. Es hora de decir basta y hasta aquí hemos llegado; los primeros que tienen que hacerlo son los afiliados del PSOE, que no pueden desoír a Felipe González cuando expresa su preocupación por cómo opera el Gobierno.

Es evidente que Podemos, en caída libre en cuanto a apoyo electoral, aprovechará el tiempo que le quede en el Gobierno para agitar la calle, para embarrar el debate parlamentario y tratar de ablandar los cimientos de las instituciones constitucionales. Y eso tendrá costes, altos costes. Por eso, antes de que sea tarde, la sociedad española que quiere paz, trabajo y progreso tiene que hacerse oír. Si no lo hace, hará bueno el título Nos cansamos de vivir bien, bajo el que Albert Soler recopila artículos sobre la situación en Cataluña. Y entonces, bueno, entonces habrá ocasión de lamentar, como sociedad, haber dejado el gobierno de España en manos así. Pero será tarde.