Los hijos ideológicos de Lenin no creen en la libertad

Enrique G. Souto

Lugo, 24 de mayo de 2020

Con frecuencia se atribuye a Lenin la sarcástica afirmación de que la libertad es algo precioso y, por tanto, debe de ser racionada. A este cronista, don Vladimir hace muchos años que no le cae mejor ni peor que cualquier otro sujeto que, a lo largo de la historia, haya animado movimientos que costaron millones de muertos. Pero alguna cosa sí tiene el legado del señor Ilich en lo que atañe a la libertad que, a día de hoy, es causa de profunda preocupación para el arriba firmante, cuando se relaciona con lo que hacen en las instituciones que gobiernan aquellos que, ideológicamente, o vienen directamente de él o son uno de sus frutos, también políticamente hablando, genéticamente alterados. En la huella que dejan las acciones del vicepresidente Pablo Iglesias se puede ver la marca del leninismo, señaladamente en cómo manipula al tipo de mandíbula dura y pose chuleta que es el socialista Pedro Sánchez, a la sazón, para sobresalto del país, presidente de España. Cuando un leninista, confeso o no, accede al poder, lo primero que se resiente es la libertad. En España es evidente desde hace ya muchos meses. La comprobada antipatía de Iglesias y sus huestes podemitas por la libertad tiene fiel reflejo en la manera en la que tratan de acallar cuanto les causa disgusto ya sea en la calle, en los medios de comunicación o en las redes sociales.

Lenin siempre consideró un estorbo la libertad de los otros. A sus descendientes ideológicos, según se va viendo, como a él, la libertad (la de los otros, claro) también les estorba, molesta, limita e irrita en cuanto llegan al poder. Libertad, ¿para qué?, se cuenta que respondió el señor Ilich a Fernando de los Ríos y esa parece ser una pregunta que Iglesias y los suyos siguen haciéndose ahora que están en el Gobierno de España. Por eso, porque solo creen en la libertad como argumento y eslogan en la oposición, en la algarada callejera como vía hacia el poder, son especialmente peligrosos. En España hemos sufrido a causa de la pandemia el confinamiento más duro de Europa y hemos asistido al más descarado control de la libertad de expresión (control de las redes sociales), así como a la amenaza más o menos velada a periodistas que no escriben al dictado de los intereses del Gobierno. Pero, mira tú por dónde, el empeño silenciador del Gobierno ha hecho estallar una primavera de protestas en la calle, un revuelo de banderas de España que anuncian que el callar se va a acabar. Y es que no aprenden; no aprenden las lecciones de la Historia, que son muchas y reveladoras en cuanto atañe al resultado de las ensoñaciones de los hijos ideológicos de don Vladimir.

Los españoles empiezan a salir del sopor en el que se dejaron adormecer antes y durante el confinamiento. Las mentiras del socialista Sánchez y el descaro de la manipulación a la que, con expresión y voz de santurrón, lo somete Iglesias, han hecho encenderse la luz de alarma hasta en los españoles menos dados a la crítica y a la desconfianza en el Gobierno. Ya solo falta que los socialistas que reniegan del sanchismo se hagan oír, salgan del ostracismo de partido en el que se sumieron (o los sumieron) por una malentendida lealtad, e impongan las ideas y el modo de estar en política que hicieron grande y respetado al PSOE. Y es de desear que lo hagan pronto, porque Sánchez y sus socios han llevado la convivencia nacional a tal grado de deterioro que puede ocurrir un desastre. Háganlo ya y ponga coto a los desvaríos de Sánchez y, por añadidura, al leninismo que lo manipula. Es el momento de combatir a los que, como Lenin, no creen en la libertad y como él están convencidos de que salvo el poder todo es ilusión.