Qué caros salen los presidentes demagogos

Enrique G. Souto

Lugo, 10 de mayo de 2020

Quienes alcanzan el poder con demagogia acaban haciendo que el país pague un alto precio. Con carácter general, pocos se atreven a discutir una afirmación como la reseñada, insistentemente atribuida a Adolfo Suárez. El Gobierno de España es una demostración de que el de Cebreros no estaba errado. Tanto el socialista Pedro Sánchez como su flaco escudero, el podemita Iglesias, llegaron al poder mediante un uso intensivo de la demagogia y se mantienen en sus respectivos sillones a base de practicarla desde, según parece, el convencimiento absoluto de que gobiernan a una nación de borregos. Lo visto durante ese arresto domiciliario al que se denomina confinamiento para rebajar su gravedad, deja muy claro que el discurso de Sánchez e Iglesias está cuidadosamente elaborado para urdir el relato que más les interesa; en su afición a crear mundos virtuales y a alimentar al Gran Hermano, el dúo Sánchez-Iglesias han cambiado normas mientras el país, incluida la oposición, estaba enclaustrado. Son cambios que intentan diseñar la “nueva normalidad” de la que nos hablan insistentemente sin que lleguen a aclarar qué cosa es. Han puesto en marcha, en el contexto de una crisis sanitaria con decenas de miles de muertos, un cambio de modelo político que, según parece, no están dispuestos a dejar sin concluir. Quien no lo vea, es que no quiere verlo, víctima de los profesionales de la demagogia.

El dúo Sánchez-Iglesias, en su relación con otros representantes políticos de los españoles, alcanza cotas difíciles de superar en cuanto a desparpajado, desconsideración, falsedad y cinismo. Que el Gobierno autorice en el País Vasco los desplazamientos entre provincias y niegue tal posibilidad a Galicia es una afrenta de grueso calibre, no tanto a la Xunta y a su presidente como al conjunto de los gallegos. Pero, ¿qué razones objetivas hay para tal discriminación? ¿Acaso no es Galicia uno de los territorios españoles en los que la pandemia se contuvo con mayor eficacia? Hay una doble explicación para este aparente sinsentido: por un lado, la necesidad de Sánchez y su escudero de premiar a unos aliados a los que necesitan para sobrevivir políticamente; por otra parte, el deseo de castigar a Feijóo, porque saben que si un día compite con ellos en el escenario nacional tendrán muy difícil mantenerse en el poder y, en el corto plazo, porque vienen unas elecciones autonómicas en las que ya saben qué espera a PSOE y Podemos. En síntesis, esos son y no otros, por más que se amparen en expertos no identificados, los motivos por los que el tándem Sánchez-Iglesias mantiene, sin necesidad ni justificación, a los gallegos confinados en sus respectivos territorios provinciales.

Tras las peroratas semanales de Sánchez, por fortuna ahora más breves, no queda duda alguna de que no está dispuesto a renunciar al ejercicio de la demagogia más descarada. Cada día se confirma lo dicho por Suárez y se demuestra qué alto es el precio que pagan los países cuando los gobiernan políticos que llegan al cargo a lomos de la demagogia más desvergonzada. Lo peor es que, pese a la desastrosa gestión de la crisis sanitaria y a la sima económica que se abre bajo los pies de los españoles, la cosa pública aún puede empeorar si uno de los viajeros del tándem gobernante se mantiene erre que erre en su empeño de acabar con el “régimen” del 78. Iglesias dejó apuntado semanas atrás por dónde pueden discurrir las cosas. Ni a España ni a su Rey le esperan buenos tiempos. Han sido días muy duros y vienen otros que no lo serán menos. En manos de los españoles está decidir si, además de sufrir las duras crisis sanitaria y económica, quieren que los sigan tratando como masa aborregada, capaz de digerir cuanta demagogia le arroje el Gobierno. El precio del que hablaba Suárez sigue subiendo e incluye la libertad.