La libertad no es negociable
Enrique G. Souto
Lugo, 19 de abril de 2020
Al norteamericano Dwight D. Eisenhower se le atribuye este consejo: “Si solo quieres seguridad total, ve a la cárcel. Te alimentan, te visten, te dan cuidados médicos. Lo único que falta es la libertad”. He recordado estos días esta mordaz recomendación gracias al presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas. Incluso desde la total desconfianza hacia el CIS de José Félix Tezanos y la incredulidad que le merecen sus sondeos, no ha podido el cronista evitar un escalofrío al leer que la mitad de los encuestados estarían dispuestos a renunciar a parcelas de libertad en aras de no sé qué beneficios de otra índole. Resulta absolutamente estremecedor que un servidor de un Estado democrático como es el español, en el contexto europeo, pueda plantear una cuestión como esa por medio de un servicio público y seguir en el cargo; es decir, mantenga el aval del gobierno de una democracia, en uno de los momentos más delicados de la historia de España, de Europa, del mundo; justo cuando los españoles están sometidos a un singular régimen de arresto domiciliario. Pero lo más aterrador no es que un Gobierno sienta la tentación de cercenar la libertad, menos aún si de él forman parte partidos que sueñan con implantar la dictadura del proletariado. No, lo más aterrador no es eso; lo que convierte en permanente el escalofrío es la absoluta docilidad de la sociedad española ante el evidente riesgo de pérdida de libertades que se esconde tras la polémica pregunta del CIS y de las declaraciones del vicepresidente del Gobierno en relación con la libertad de información.
La sociedad española, salvo algunas honrosas y batalladora excepciones, guardó silencio durante demasiadas horas. Es curioso cuánto han tardado en reaccionar, también salvo contadas excepciones, determinados medios de comunicación, que, si bien dieron cuenta de los hechos, reaccionaron, a juicio del cronista, con lentitud inexplicable en lo que a la opinión se refiere. Por fin, superada la perplejidad, se ha puesto en marcha la máquina social, liderada por algunos periódicos, en defensa de la libertad, mientras callan de modo cobarde, grosero e infame los apesebrados del sindicalismo, de la cultura subvencionada, del falso liderazgo social y los medios que solo pueden sobrevivir acogidos a la interesada caridad del erario.
El tramposo Gobierno que encabeza Pedro Sánchez parece llevar a cabo, bajo el manto de las necesarias medidas para frenar la pandemia, un auténtico experimento político, que tendría por objetivo tantear la relación entre miedo y docilidad social para aceptar recortes en las libertades, monitorizaciones incluidas. Qué otra cosa pueden ser sino preguntas como la que ya para siempre marcará vergonzantemente a Tezanos o las declaraciones de Pablo Iglesias. Si no lo son, lo parecen. Y qué otra cosa cabe entender del silencio cómplice del propio Sánchez. Y en estas condiciones, mientras los ciudadanos ven limitados de modo dudosamente constitucional sus derechos, el Gobierno pretende callar también a la oposición política asfixiándola con llamadas a la responsabilidad y a la unidad, mientras le dedica todo tipo de críticas. Es otra vía para intentar limitar derechos conquistados en España con mucho sudor, dolor, lágrimas y vidas. Y el escalofrío se hacen aún más intenso por el hecho de que quienes formar el Gobierno son los herederos políticos de los que entregaron sus vidas y haciendas en la lucha por la libertad. Quién puede fiarse de ellos. Si toda sociedad tiene siempre la obligación de permanecer vigilante en defensa de la libertad, ante cualquier gobierno, sea cual sea su color, la española tiene hoy que despertar de su letargo. Nada es permanente, y menos la libertad si no se defiende. Es preciso superar el miedo que, naturalmente, genera la pandemia y recuperar el pulso como ciudadanos libres antes de que sea tarde. Las renuncias a parcelas de libertad se pagan durante largo tiempo. No es aceptable el intercambio de libertad por seguridad, como avisó el norteamericano Benjamín Franklin: “Los que pueden renunciar a la libertad para obtener una pequeña seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad”. Los españoles hemos demostrado en el pasado reciente que no estamos por esas renuncias; es hora de hacerlo de nuevo.