Gobierno para un país poco amigo de pensar

Lugo, 11 de enero de 2020

Enrique G. Souto

En estos intensos días de la vida política española se pone de manifiesto, con claridad meridiana, que, como escribió el gran Julio Camba, «el español es poco amigo de pensar, pero si piensa no hay otro pensamiento más que el suyo». Que el español es poco amigo de pensar quedó claro con la persistente elección de papeletas en los comicios generales, tanto en su versión original como en la repetición. Porque el galimatías político que tuvo como resultado la falta de reflexión aboca al país, es decir, a todos nosotros, a los españoles, a una situación tan indeseable como segura generadora de conflictos de consecuencias imprevisibles.

Y, sí, tenía razón Camba, cuando aseguraba que, en caso de pensar, el español no admite más pensamiento que el suyo. Al menos tenía y  tiene razón para un alto porcentaje de la población española. Porque está claro que los Pedro Sánchez y Pablo Iglesias que pueblan España están convencidos de que no hay pensamiento válido más allá del propio; hay que estar muy convencido para reunir la cara dura necesaria para articular un gobierno disparatadamente amplio y generador de gastos impropios de un país que aún intenta sacarse de encima la crisis que vapuleó a sus ciudadanos; de un país que teme por el futuro de sus pensiones y en el que negros nubarrones se ciernen sobre la sanidad pública. Y para qué hablar, en esto de no admitir más pensamiento que el propio, de aquellos que en su día jalearon a los que disparaban en la nuca, a los que ponían bombas y hoy se blanquean gracias a quien debería de combatirlos políticamente. Y qué decir de los supremacistas convencidos de que llevan en su ADN el derecho a sentirse superiores a todos los que no han nacido dentro de la demarcación del propio terruño y usan otro tipo de boina. Solo desde la incapacidad de ponerse en lugar del otro se puede alcanzar tal convencimiento del valor del propio pensamiento.

Para quienes le han dado alguna vuelta a las hojas de los libros escritos por Camba, es evidente que supo meter la cala hasta el fondo del alma española. En los días que corren, al calor de la barahúnda política, de nuevo queda claro que «la envidia del español no es conseguir un coche nuevo como el de su vecino, sino conseguir que el vecino no tenga coche». Y, así, España se ha dado un presidente que ha demostrado tener unas relaciones muy difíciles con la verdad, incapaz de defender en el Congreso al Rey y que llegó al cargo con permiso de los que quieren romper España. Solo puede ocurrir en un país en el que sus ciudadanos son poco amigos de pensar y que cuando lo hacen no admiten un pensamiento distinto al suyo. Y ahora, ¡que Dios reparta suerte!