La crisis de la prensa libre, crisis de la democracia

Enrique G. Souto

Lugo, 7 de diciembre de 2019

El gran Chesterton escribió con el afilado estilete que era su pluma: «Cuanto mayor la velocidad del periodista, más lentos sus pensamientos; el resultado es el diario de nuestra época, que a medida que pasa el tiempo más temprano llega a los quioscos y menos merece ser distribuido». Desde que tal  afirmación fue puesta negro sobre blanco, las cosas no han ido a mejor. Todo lo contrario: han ido a peor. Para el cronista, que dedicó casi 40 años al ejercicio del periodismo, seguir la actualidad política española a través de los medios de comunicación constituye un diario ejercicio de masoquismo, solo explicable por la necesidad humana de saber qué ocurre alrededor. Nunca tantos medios técnicos estuvieron disponibles, nunca tan rápido se pudo distribuir la información, jamás fue tan fácil acceder a ella; y, ahora que es así, resulta que nunca fue tan difícil conseguir información fiable en la oceánica oferta al alcance de cualquiera. Entre políticos y periodistas, o, mejor dicho entre partidos y empresas, han conseguido el más difícil todavía.

En el ADN del político está el control de los medios de comunicación. Siempre ha sido así y seguramente no dejará de ser así mientras los humanos sigan ocupando el planeta. Pero nunca ha sido como ahora. Necesitados  los medios de comunicación, hasta niveles de supervivencia, de ingresos que completen los aportados por la venta de la propia información y por la publicidad, aceptan,  con generosidad próxima a la sumisión, las subvenciones que, bajo muy distintas formas, reciben desde el poder. Y así la prensa tiene de libre lo mismo que un esclavo. Lector, quizá no esté en condiciones de comprobar esto que digo en la prensa nacional, pero lo verá con claridad si echa un ojo a los medios de comunicación locales y, señaladamente, a los periódicos. ¿Es usted de Lugo? Entonces, haga un análisis de los contenidos de la prensa local, entendida en sentido amplio. Lo verá claro. Y el dinero con el que se compra la orientación de las informaciones sale, ciudadano, de su bolsillo y del mío. Es más, figura en las cuentas de las instituciones. Y son públicas. Écheles un ojo, le resultará una lectura muy interesante.

En otras circunstancias, la prensa, los periodistas, hubieran sacado de la pista de juego, por incompetencia absoluta, a una gran parte de los políticos que hoy deciden, de un modo o de otro, el futuro de España. En la actual coyuntura, solo hacen dar cancha a gentes que han puesto al país en una situación crítica, en la que la tensión social es tan alta que cada vez son más las voces que se atreven a decir: «Esto va a explotar». Sí, el periodismo basura, el periodismo al servicio de intereses partidistas, está ayudando de manera decisiva a agravar el estado de la cuestión política y social en España. A los empresarios de la comunicación, como a los políticos, la sociedad española tiene que decirles, alto y claro, que no todo vale. Aún hay tiempo para hacerlo. Pero se agota, se acaba a velocidad creciente.

Chesterton recordó a sus lectores que «desde la aurora del hombre todas las naciones han tenido gobierno, y todas se han avergonzado de sus gobiernos». Así es también hoy. Quién no se avergüenza del Gobierno de Pedro Sánchez. Lo nuevo es que ahora la nación también se avergüenza de la oposición. Y eso pone en peligro nuestro modelo democrático, agravado porque la prensa independiente ya solo es el sueño de una noche de verano.