Y siguen haciendo camino hacia la discordia
Lugo, 22 de junio de 2019
Enrique G. Souto
En el taquicárdico esprint final del curso político, los partidos, unos más y otros menos, han conseguido lo que parecía imposible: sorprender a los ciudadanos. Aunque sorpresa quizá no sea la palabra más ajustada para definir el estado de ánimo en que desde Podemos a Vox han sumido a la mayor parte de los ciudadanos, su significado se acerca bastante a la sensación más generalizada. Sensación desagradable, claro, porque es la sensación de que es inagotable la capacidad de unos y otros para estropear más lo que ya parece imposible dañar más. Hubo un tiempo en el que algunos creímos que la falta de experiencia democrática explicaba el porqué del disparate de la política española. En 1978, en La devolución de España, Julián Marías escribió: «Lo inquietante es que la política vuelva la espalda al pensamiento y se dedique a confundir las cosas, hasta dejarlas sin solución posible, lo cual desemboca en la discordia o la desesperación». Pues bien, en esas estamos, y es evidente que ya hemos alcanzado el nivel de discordia; veremos cuánto tardamos en situarnos en la desesperación.
Desde lo local a lo nacional, inquieta que, efectivamente, hoy como en 1978, «la política vuelva la espalda al pensamiento y se dedique a confundir las cosas». Porque son los intereses de partido y no los nacionales, más aún, los intereses personales, los que marcan el discurrir de la política española. Observando desde Lugo, véase si es o no así. El Bloque, la organización independentista que se alía electoralmente con Bildu, sigue marcando la política lucense. Es cosa de ver cómo una edila nacionalista logra que el PSOE cambie el candidato (pretendía repetir como alcalde) a la alcaldía de A Fonsagrada, porque, sencillamente, no le gusta; no le cae bien. Y como de lo que se trata es de gobernar, allá va Argelio Fernández a sumarse a Orozco en el pozo de los socialistas que no les gustan a los independentistas. En la capital, los ediles del BNG han sufrido un revolcón negociador a manos de la socialista Lara Méndez, que, por una vez y sin que siente precedente, ya sea por sí o por mérito de sus asesores, ha jugado sus cartas con decisión y acierto. Méndez, presidenta (cargo puramente honorífico) en la ejecutiva provincial pilotada por Álvaro Santos, forma parte del mando socialista que, sintiéndose ninguneado por las direcciones gallega y federal del partido, dimitió. A Santos le queda como único refugio la concejalía a las órdenes de Méndez. Y no puede ser bueno para Méndez tener a Santos, hombre inquieto y con empuje, a sus órdenes, mientras vigila y controla a los nacionalistas que ejercerán una parte del poder municipal. Cuídese, señora Méndez; si cree que los pasados cuatro años fueron difíciles para usted, es solo porque aún no ha empezado a intuir las dificultades que le deparará el mandato que comienza. Son las guerras internas en el PSOE, que tienen su mejor escenario en la Diputación. Allí el expresidente Darío Campos toma ahora de la misma medicina que él ayudó a aplicar a otros y se ve relegado y ninguneado; ya lo dice el refrán: cría cuervos y…
Sorpresas deparan también las filas populares Galicia adelante. Cual Carmenas, algunos cabezas de lista del PP han decidido que lo suyo no es encabezar la oposición municipal. Si no es para ejercer el poder, parecen haber pensado, no interesa pasarse cuatro años en el Concello dedicados a la ingrata tarea de dar caña al correspondiente gobierno local. Es evidente que el PP se queda sin guerreros de la política, sin bravos dispuestos a dejarse la piel en la batalla política para hacer valer sus principios. Menos mal que el partido de Don Manuel conserva aún gentes como Elena Candia y José Manuel Balseiro. Con aciertos y errores, pero no abandonan la brecha, ni arrían la bandera popular cuando toca sudar la camiseta. Algo se teme el presidente Feijoo de las consecuencias del creciente señoritismo entre los notables de su partido cuando acaba de reunir a los altos cargos de la Xunta para instarlos, en síntesis, a currar. Feijoo tiene la talla política que les falta a casi todos sus rivales directos, pero, en estos tiempos de confusión, hasta un Gonzalo Caballero puede llegar a resultar electoralmente peligroso. El de Os Peares las ve venir y pone en prevengan a los suyos; está por ver si en sus filas hay aún suficientes guerreros de la política o si sufren el reblandecimiento que produce la comodidad de tantos años en el poder. Eso sí, el peligro por la izquierda mareada está, a estas alturas, conjurado; ella solita se ha despedazado y progresa adecuadamente hacia su extinción. Y Ciudadanos, ese partido qué ya no sabe hacia dónde va, tampoco parece un grave riesgo en Galicia para el PP a corto plazo; eso sí, resulta un partido entretenido para el observador, al modo en que entretienen las peripecias del conejo Bugs Bunny en su afán por conseguir la deseada zanahoria que es el poder.
La zapatiesta política tiene por fondo las negociaciones e intentos de acuerdos para formar Gobierno y para constituir los ayuntamientos. Los pactos, acuerdos y desacuerdos han vuelto a poner de relieve que el PSOE tiene, desde Zapatero, una inagotable capacidad para dar alas a los independentistas. Y mientras España no recupere el PSOE que necesita, capaz de entenderse hasta con el PP, el patio político español será, sino patio de Monipodio, sí de feriantes del poder, del cargo y la prebenda. Por eso, hoy, como hace 41 años, sigue plenamente vigente lo que escribió Julián Marías: «Me preocupa la pobreza de lo que podría llamarse dignamente pensamiento político en el mundo actual».