La Economía hace respetable a la Astrología en campaña electoral
Lugo, 13 de abril de 2019
Enrique G. Souto
En medio de las habituales turbulencias preelectorales, especialmente acusadas esta vez dado que en dos meses habrá en Galicia tres citas con las urnas, los ciudadanos asisten, asistimos, atónitos al baile de datos que manejan los líderes políticos sobre cuestiones económicas de gran envergadura. Desde la subida del salario mínimo a la revaloración de las pensiones; de las presuntas ayudas para fomentar la natalidad al precio de la energía eléctrica. La economía como argumento electoral hace buena la afirmación generalmente atribuida al economista estadounidense J.K. Galbraith de que «la única función de la predicción económica es hacer que la astrología parezca algo más respetable». Y es que los asesores económicos de los grandes partidos españoles juegan a una especie de ruleta rusa de la predicción económica, en la que lo que menos importa es el rigor de la estimación de costes.
El uso de la economía como si de la astrología se tratase es recurso corriente en el discurso de un gran número de políticos que, en muchos casos, puestos ante un libro de contabilidad, no acertarían ni con las casillas del debe y el haber. Lo es en todos los ámbitos, pero en el terreno local la cuestión se vuelve aún más aguda. Para muchos candidatos a alcaldías, sin contacto previo alguno con el presupuesto municipal, es muy fácil incluir en sus programas carreteras, pistas, traídas de agua, parques infantiles y planes de promoción turística. Lo que sea. Son compromisos adquiridos sin haber hecho números, sin conocer siquiera, en no pocos casos, a cuánto asciende el capítulo I del presupuesto, ese con el que se pagan las nóminas de los funcionarios.
Ya se sabe que hubo notables del mundo de la política que, con singular desparpajo, aseguraron que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas. No es difícil comprobar echando la vista atrás la veracidad del aserto. Estos días, en algún medio se destacaba que el socialista Javier Solana, en sus años mozos, hizo campaña contra la entrada de España en la OTAN y, como es sabido, acabó siendo su secretario general. Con España en la OTAN, claro, después de aquella inolvidable campaña de lema engañabobos: «OTAN, de entrada no». Y así una y otra vez. Más aún con todo lo que tiene que ver con los dineros públicos, su uso y, con frecuencia, abuso. Porque abuso es, por ejemplo, la inyección de recursos públicos, bien directamente bien por medio de empresas, en medios de comunicación para inclinarlos a la benevolencia en el trato con tal o cual partido gobernante en esta o aquella institución. Mientras se gasta en propaganda lo que no hay para pensiones, es saludable recordar que los ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas también son Estado.
Sí, las turbulencias electorales agitan conceptos de economía pública que en boca de los candidatos resultan desasosegantes. Por un lado, porque, como ya se dijo, los economistas, con las predicciones que endilgan a sus asesorados, logran que la astrología sea una ciencia respetable. Por eso está cada día más extendida la opinión, expuesta hace ya muchos años por el político y escritor argentino Arturo Jauretche, de que en economía no hay nada misterioso ni inaccesible al entendimiento del hombre de la calle; si hay un misterio, reside en el oculto propósito que puede perseguir el economista de disimular el interés concreto al que sirve. Es fácil entenderlo. ¿O no?