La hora de combatir los viejos demonios de España

Lugo, 6 de abril de 2019

Enrique G. Souto

«Es hora de que los demócratas, pertenezcan a este o aquel partido o a ninguno, adviertan el peligro para la democracia y actúen en consecuencia». Quien esto asegura es el socialista Alfonso Guerra, en su libro La España en la que creo. Guerra ha sabido recoger y dar forma a la preocupación de una gran parte de los ciudadanos, que observan con congoja el panorama, si bien, como también dice Guerra, «son pocos los que quieren ver que la política española se desliza hacia una realidad en la que el propio concepto de España está en crisis, en la que los partidos políticos van abandonando el compromiso fuerte con la Constitución».

  La ley de leyes de España ha hecho posibles los mejores 40 años de la historia española. Nunca los españoles vivieron mejor. Y, sin embargo, unos jóvenes líderes políticos, ansiosos de poder, han situado al país, obviando y olvidando el espíritu constitucional, en un escenario de tensión sostenida como no se había vivido desde el 23-F, desde aquella tarde-noche en la que un fantoche con tricornio puso a España a un tris del desastre. Visto desde Lugo, desde la serenidad de una ciudad bimilenaria de población envejecida, el espectáculo es, además de inexplicable, desasosegante. Visto desde Lugo, y seguramente desde cualquier otro puntos del país, encoge el estómago oír los disparatados mensajes con los que los jóvenes líderes políticos, escasos de experiencia y de formación, bombardean los oídos de los ciudadanos.

   Mientras se arrojan esqueletos los unos a los otros, van pasando desapercibidos en estos días previos a las elecciones generales los grandes asuntos, esos de los que depende el futuro de la nación, el futuro de los españoles. ¿Hay alguna propuesta mínimamente solvente para garantizar las pensiones? No. ¿Hay un debate profundo sobre cómo mantener el ejemplar sistema sanitario español? No, no lo hay. ¿Alguien conoce que tal o cual partido exponga alguna solución (solución, digo, no ocurrencia) para evitar el despoblamiento de grandes áreas del territorio nacional? No, tampoco hay. ¿Qué pasa con el futuro de la educación pública? Ni una sola vez se escucha una propuesta solvente para establecer un pacto de Estado para hacer frente a tan relevantes cuestiones, junto a las cuales se pueden citar varias decenas más.

  El cardenal Mazarino dio en el siglo XVII dos claves para reconocer la virtud y la piedad de un hombre: Su falta de ambición y su desinterés por los honores. Pues bien, a la vista está cuál es el nivel de virtud de quienes capitanean los partidos que se disputan el poder. Qué lejos, cada vez más lejos, va quedando el llamamiento de Azaña cuando la tragedia ya se había consumado en España: paz, piedad y perdón. Pues los actuales líderes políticos parecen empeñados en lo contrario. Y no puede ser bueno para el futuro de España, de Galicia, de Lugo. El socialista Guerra advierte en su libro de más reciente publicación: «Ya están aquí otra vez los viejos demonios de España, su espíritu autodestructivo (…)». Aún hay tiempo para que el ciudadano de a pie se niegue a ser convertido en el españolito condenado a dejarse helar la sangre por una de las dos Españas. Es cosa de cada uno de nosotros y aún hay tiempo. De nada valdrán las quejas después. Ahora toca ejercer la ciudadanía y exigir a los líderes políticos respeto a la Constitución y más voluntad de paz y virtud. ¿O no?