El PSOE, Cataluña y el peligro que entrañan los majaderos

Lugo, 30 de marzo de 2019

Enrique G. Souto

«La multitud ha sido en todas las épocas de la historia arrastrada por gestos más que por ideas. La muchedumbre no razona jamás». Esto lo dijo el médico e historiador Gregorio Marañón ( 18871960)). Marañón, de estar aún entre los mortales, habría tenido oportunidad de comprobar en Cataluña, una vez más, cuán cierta es su afirmación. Estremece el hecho de que sujetos como el socialista Miguel Iceta animen el cotarro independentista, alienten la sinrazón de la masa, con declaraciones en las que aseguran, entre otras frivolidades, que «los catalanes tiene derecho a la independencia». Este socialista de salón, este majadero irresponsable, forma parte de la progresía que practica lo que Lenin definió como la enfermedad infantil de la izquierda, un mal que con frecuencia daña órganos vitales del cuerpo social. El silencio del presidente de España, Pedro Sánchez, publicada tan disparatada declaración por uno de los suyos, es aún más preocupante que la majadería de Iceta. Algo dijeron unos ministros, nada en suma.

    El independentismo, esa alianza extraña y enfermiza entre la derechona vasca y catalana y la izquierda desnortada, va camino de sumir al país, a España, en una situación de crisis de consecuencias imprevisibles; en su delirio se lanza tras cualquier señuelo por chusco que sea, y por atolondrado que resulte quien  lo lanza con tal de que dañe a España. El PNV, con el eficaz refuerzo de Podemos, no ha dudado en hacer suya la tontería del presidente Mexicano, la banalidad histórica, el insulto gratuito, de su llamada a España para que pida perdón por cómo fue el Descubrimiento. Hay muchas maneras de estar en política; la majadería es una de ellas y se extiende como una mancha de aceite. Y es así porque quien tiene que ponerle coto no lo hace, porque no interesa a sus personales objetivos. Los icetas del mundo arriesgan sin dudar la paz y el bienestar de sus países por conseguir algunos votos más, que justifiquen su permanencia en la primera línea de la política, la de las prebendas y canonjías. Visto desde la ciudad amurallada, desde Lugo, el espectáculo resulta más que preocupante. Estremece el silencio de los corderos de los socialistas lucenses, de esos que esperan contar con el apoyo del nacionalismo para ocupar alcaldías después de las elecciones de mayo. Siempre tan dispuestos a manifestarse, concentrarse y lucir pancartas, los notables del PSOE lucense guardan silencio cuando se trata de España. Qué le pasa al PSOE, qué le ha hecho Pedro Sánchez? Cuánto tiempo tardará en surgir un Partido Socialista que recupere el verdadero espíritu de un partido socialista español? Qué lejos y qué grande les queda el espíritu de Adolfo Suárez: «Puedo, en fin, prometer, y prometo, que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos».Taños después y los icetas del país hacen añorar el modo de entender la política que hizo posible el paso pacífico del franquismo a la democracia.    Mientras en Galicia vuelven a ser noticia los incendios forestales y oscuros nubarrones se ciernen sobre otra de sus grandes empresas (Alcoa), el independentismo catalán, envalentonado por la cobardía del Gobierno para ponerle coto, marca la agenda política española, tanto por acción como por omisión. De nuevo, conscientes de que, como avisó  Marañón, «la multitud ha sido en todas las épocas de la historia arrastrada por gestos más que por ideas», los independentistas catalanes no dejan de gesticular. Y en el PSC, la versión catalana del PSOE ya dicen, ya dice Iceta, que «si el 65 por ciento de los ciudadanos quiere la independencia, la democracia debe encontrar un mecanismo para habilitarla». Y el Gobierno calla, o casi calla. En las elecciones de abril y mayo será el momento de que los españoles digan en las urnas que les parece su silencio. Si no lo hacen con claridad, que preparen los pañuelos. Vendrán días de lágrimas. En Cataluña se moviliza a las masas y, por Marañón sabemos que «la muchedumbre no razona jamás». ¿O no?