Una estación de tren sin trenes
9 de marzo de 2019
Enrique G. Souto
El cardenal Mazarino, curtido en las lides de la alta política, aconsejaba: «No te opongas nunca a lo que le gusta a la gente llana, ya sean simples tradiciones o incluso costumbres que te repugnan». La gente llana hace mucho tiempo, décadas, que en esa parte de la Galicia interior que es Lugo reclama servicios ferroviarios que merezcan tal nombre. Porque Lugo no tiene tren; bueno, casi no tiene trenes. A Lugo ya no llegan ni los viejos expresos de nombres literarios: el Atlántico, el Shangai, el Catalán. Llegan trencitos sucedáneos de trenes, y eso, cuando llegan; porque a veces, llegan, igual que salen, autobuses cargando a los viajeros que pagaron sus billetes de tren. Porque no hay tren. En Lugo, el tren es, desde hace décadas, una aspiración popular, de la que se rieron a carcajadas los gobiernos soportados por el PP y por el PSOE. En Lugo, la «gente llana», que dijo el cardenal Mazarino, quiere trenes y servicios ferroviarios acordes a sus necesidades. Y los gobiernos, uno detrás de otro, conscientes del deseo de los votantes lucenses han ido tejiendo engaños, mostrando bocetos, anunciando inversiones que nunca se ejecutaron. Ahora, el Gobierno de turno, urde otra trola, y anuncia una nueva estación para la vía muerta de los trenes inexistentes en Lugo.
El ministro Abalos, socialista dicharachero, llega a Lugo y anuncia una estación de tren como un crecepelo electoral, como pomada de Fierabrás contra todo mal, carencia y decaimiento lucense. Pero nadie cree a Abalos, nadie da crédito a la estación que no tendrá trenes y, por tanto, solo tendrá andenes despoblados y tristes. Vaya, como hoy, pero en cemento nuevo y vidrio reciente
Lugo necesita una conexión ferroviaria con Ourense y A Coruña con una vía que permita alcanzar velocidades que superen la de las viejas diligencias; una vía electrificada y otras infraestructuras solventes, que ni existen ni están proyectadas. Exige una conexión ferroviaria con Santiago. Todo eso, antes que una nueva estación. Esta vieja milonga, ya la conoce la gente llana. Por eso, el ministro Abalos se equivocó cuando trajo su boceto de estación como quien muestra cuatro cristalitos como cuentas de collar a los indígenas subyugados por su brillo. Pues no, ministro, no; aquí las cuentas de vidrio ya no cuelan. Aquí, en Lugo, la gente llana está hasta la boina, o hasta el birrete, como prefiera, de los cuentos gubernativos sobre el ferrocarril. Y no se deje engañar: el paripé reivindicativo que organizan algunas asociaciones, la alcaldesa y otros de su partido, es solo eso, paripé, puro cuento. Usted no ha visto el verdadero malestar ciudadano, pero es posible que lo vea, que tenga noticia de él, a finales de abril. Y es que llueve sobre mojado, sobre otros muchos compromisos tan chiripitifláuticos como este, que han ido agotando la paciencia de los lucenses.
En una vieja canción reivindicativa, se decía: «Señor ministro, amáñeme a carretera». Y la demanda sigue vigente; en Lugo se exige la reparación de la A-6. En otra canción, menos exigente que la anterior, se decía aquello de «o tren que me leva pasiño a pasiño». Pues en Lugo, lo poco que queda de tren, sigue así: pasiño a pasiño. Y encima, les toman el pelo a los ciudadanos con el dibujito de la nueva estación. Es la gota que colma el vaso. Conviene al Gobierno recordar a Mazarino: «Procura dar cuenta de tus actos para halagar al pueblo», pero hazlo «después de haber obrado para que nadie tenga oportunidad de discutir tus decisiones». Pues eso, haga lo que tiene que hacer. Primero, los trenes; después la estación. Es mejor que escuche a la gente llana ¿O no?