Urnas en un desierto de liderazgo

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Lugo, 16 de febrero de 2019

Enrique G. Souto

A las urnas, sí, a las urnas. Ya todo va estando electoralmente claro. Ya era tiempo de que fuera así. Pero, ¡ay!, a quién, a qué hombres y mujeres, vamos a elegir en todos esos procesos de la primavera electoral que viene. La cosa pinta mal. Está claro que en España, y no solo en España, en los partidos, y, por añadidura en la política en general, se ha producido en las tres últimas décadas algo así como una selección a la inversa. Se ve muy bien si se mira en clave local. En el PSOE, el gran protagonista ha sido, sin duda, José Blanco. No fue capaz de conseguir la alcaldía de su municipio, pero alcanzó a ser ministro de Fomento. Y qué, sino selección a la inversa, fue pasar de López Orozco en la alcaldía a Lara Méndez. ¿Y en el PP? Pues ya ven el elenco de diputados, senadores y concejales que reúne el partido fundado por Fraga. Haga, lucense, un repasito y saque conclusiones. No es especialmente estimulante, ¿verdad?

    De los otros partidos, mejor no hablamos, porque para qué perder el tiempo en mareas y otras minucias. Total, que pasando de lo local a lo nacional, el panorama no mejora. Digo yo, que, con Pedro Sánchez en el PSOE, la cosa se pone difícil para elegir la papeleta de este partido incluso para muchos de sus militantes. Pero, vaya, el paisaje no cambia si se mira al PP. Y ahora, por si faltara algo en el panorama político, Vox. Después del disparate podemita por la izquierda extrema, ¡toma!: Vox, por el extremo derecho.

   En abril hará 105 años que el portugués Fernando Pessoa escribió en O Jornal un artículo que tituló Crónica de la vida que pasa. No fue del agrado de muchos; es seguro que hoy tampoco lo sería. Pessoa dejó escrito: «Todo hombre que merece ser famoso sabe que no vale la pena serlo». Al menos en política, cabría añadir. Y, tal vez por eso, se ha producido la innegable selección a la inversa en la política en general, de modo que, muchos de los que son famosos, nunca debieron serlo. Por eso se da, como hecho generalizado, por ejemplo, una creciente y explosiva desigualdad económica desde los años 80 del siglo pasado. Por eso, cada vez son más las voces que avisan, de que un crecimiento incontrolado de la desigualdad llevará a desastres políticos, económicos y sociales. ¿Creen que los chalecos amarillos franceses pueden ser un síntoma? Yo creo que sí.

   Tony Judt constató que «la desigualdad es corrosiva, corroe las sociedades desde dentro». Para combatirla son precisos líderes audaces y capaces, desde lo local a lo nacional. No sé usted, pero yo no los veo ahora que se acercan elecciones de todo tipo. Mire, lucense, en su entorno: ¿Cree que quien, como en el Ayuntamiento de Lugo, ha logrado avivar el enfrentamiento entre los propios funcionarios es capaz de diseñar y aplicar políticas que reduzcan la desigualdad? ¿Acaso está en condiciones de hacerlo quien representa a un partido, el PP, que, como otras derechas, «compró» algunos mensajes de la socialdemocracia y otros de la derechona? ¿Quizá puede lograrlo la aspirante a la alcaldía por la marea mareada? ¿Tal vez los que acudirán a las elecciones europeas con los herederos de la política de pesadilla de los años de plomo en el País Vasco? No, usted y yo nos tememos que no. Pese a todo, iremos a los colegios electorales, votaremos por compromiso con la democracia y volveremos a casa con la convicción de que nada fundamental cambiará a mejor. ¿O no?